Yo era muy pequeño pero recuerdo bien aquellos años: el pan y la leche escaseaban; el arroz venía con piedras y gorgojos (los niños debíamos separarlo); las colas y el pésimo servicio en las empresas públicas y privadas; si podías comprar algo preferías lo importado porque todo lo nacional era malo; la hiperinflación, los apagones y el toque de queda; el miedo. No teníamos idea de los abusos y matanzas de campesinos por parte del ejército y de los terroristas. 

No recuerdo si fue un cómico o un periodista quien comentó por la televisión: "Señores, la buena noticia es que ya no podemos estar peor". Tenía sentido: ya no podíamos estar peor. Desde mi punto de vista, ese día todo comenzó a mejorar.

Poco a poco, aun pensando que los peruanos eramos imposibles, se frenó la inflación, regresaron el pan y la leche (aunque no había plata para comprarlos). Respecto a la administración pública, primero se ordenaron INDECOPI y SUNAT. Luego, la captura de Abimael. Con miedo aún, comenzamos a viajar al interior del país. Las carreteras comenzaron a aplanarse, dejaron de tener tantos cráteres. La energía eléctrica comenzó a llegar a los pueblos más apartados. Andrade embelleció el centro de Lima.

Por su parte, los emprendedores se cansaron de esperar que Papá Gobierno les brinde soluciones y salieron adelante por su propio esfuerzo. Los casos de éxito están por todos lados. Y no solo eso; la generación del arroz con gorgojos creció y comenzó a generar excelentes productos peruanos, como la comida de Gastón, el teatro de Pataclaun y el Perú JaJa, la música de Gianmarco, Suarez Vertiz, William Luna y Lucho Quequezana, Chimoc el perro calato de las hermanas Paz, los ángeles de Vania Masías y muchos pero muchos más.

Hasta que un día del 2007 escuché a un extranjero decir: "¡Pero qué bonita es Lima!"  Yo no lo podía creer. Efectivamente, algo había cambiado desde los gorgojos y las colas. Claro que no todo es perfecto y queda muchísimo por solucionar, pero que bueno poder decir que ahora si podríamos estar peor.