Demasiadas ideas
Me alegra escuchar que mi amigo Miguel Portero tiene una idea de negocios. Cuando me la cuenta transmite un entusiasmo realmente contagioso. Piensa poner una lavandería en una gran avenida en la que están construyendo varios edificios residenciales. Hay que aprovechar el boom de la construcción, dice. Nuevos departamentos atraen a nueva gente y eso significa mucha ropa por lavar. Su socio va a poner el local y él pondrá el capital. Nos despedimos con optimismo.
Pasan pocas semanas y volvemos a encontrarnos. Ahora quiere poner un restaurante especializado en alimentos exóticos de la selva. ¿Qué pasó con la lavandería?, le pregunto. Nada, me dice, el socio al final se echó para atrás y ya no puede hacer nada.
Seguidamente, conversamos sobre su idea del restaurante. Rebosa entusiasmo mientras me explica la preparación de algunos platos que desconozco. El momento es bueno, hay que aprovechar las oportunidades, dice, el boom de la comida peruana.
Un mes después, veo a Miguel y le pregunto cuándo podremos ir a su restaurante exótico. No va más, me cuenta, ahora está viendo la posibilidad de poner una consultora para dar servicios informáticos a empresas. Hay muchas organizaciones que aún no sacan provecho de las nuevas tecnologías de información y comunicación, así que la demanda es abundante, dice. Pero el restaurante iba a ser un éxito, le reclamo en vano. Me responde que, después de revisar los costos y la proyección de ventas, descubrió que no era una buena idea.
La historia sigue y las buenas ideas no se acaban. Pero toda idea, tarde o temprano, atraviesa un periodo de dudas y desaliento. Ninguna es perfecta. Pero no necesitamos más ideas sino poner una, solo una, en práctica. Prefiero comenzar con una idea imperfecta, que se puede mejorar en el camino, porque la otra opción es no comenzar.