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Imagen tomada de quoteimg.com

La chichita

Publicado: 2015-02-27


Gerardo era mi gran amigo. Él era estudiante de ingeniería como yo. Su situación económica era complicada y por esos tiempos tenía abundante acné en el rostro. Le gustaba mucho una chica que había visto en la universidad, de otra facultad, de otra condición social, una mujer inalcanzable. 

En esa Lima de los noventas, parecía que solo lograbas conocer a alguien si llevaba el mismo curso, si participaba en la misma actividad o si te la presentaba un amigo común. Esas eran nuestras únicas redes sociales. De otro modo, cuando te acercabas a una chica sin conocerla ella podía asustarse o solo mirarte feo. Eran los tiempos del temor y la desconfianza al otro y el “nunca hables con extraños”. Y bueno, éramos tímidos.

Un día Gerardo la vio almorzando sola en el jardín que quedaba fuera de la cafetería central. Sabía que tenía todo en contra, pero tenía la firme voluntad de conocerla.

—Así que llegué —contaba Gerardo—, compré mi “chichita”, fui donde ella y le pregunté: ¿me puedo sentar acá?

Esa simple pregunta tuvo que costarle un gran esfuerzo. Llegar hasta allí ya significaba ganar una batalla. Lo que pasara después es otro tema.

La chica se sonrió, puesto que el jardín estaba casi vacío y bien podría haberle dicho “¿por qué no te sientas por allá?”. Pero no; ella le sonrió, y le dijo que claro. Él se sentó y conversaron largo rato. La chica era lindísima y sencilla.

El hecho de que ella le dijera que ya tenía novio podría oscurecer el final de la historia, pero eso no importó: para nosotros Gerardo pasó a convertirse en héroe nacional y la chichita en símbolo de que todo se puede alcanzar. Ganar o perder el partido no depende de uno, sino de lo que hace el otro. Pero vencerse a sí mismo es lo único que está en nuestras manos.

La fuerza para que las cosas sucedan está en nosotros mismos, es la voluntad, pero a veces necesitamos de una chichita para darnos un impulso extra. No me refiero necesariamente a la bebida dulce elaborada con maíz morado; la chichita puede ser tu camisa preferida, tu nuevo peinado, un paquete de galletas, lo que sea.

Gerardo era un luchador. No pudo terminar la universidad por problemas económicos, pero consiguió un muy buen trabajo en una gran empresa minera debido a su energía y su capacidad para resolver problemas. Y luego tuvo una novia muy bella. Ya hace algunos años que Gerardo descansa en paz, pero su ejemplo permanece y el recuerdo de la chichita nos inspira.


Escrito por

Javier Zapata Innocenzi

Autor de Seres Mágicos del Perú y Camino Emprendedor. Compilador de Relatos Mágicos del Perú. Editor en Malabares. Docente PUCP.


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